La pedagogía del afecto y el cuidado propugna reciprocidad y empatía con el otro. Aún en confinamiento los docentes establecieron lazos afectivos con sus estudiantes y sus familias, reafirmando la educación como sensibilidad hacia los demás.
El afecto es un organizador de nuestra subjetividad, mientras la escuela fabrica subjetividades. La materialidad del mundo es el ancla para comprender las emociones, disposiciones interiorizadas inscritas en construcciones culturales e históricas y en el inconsciente colectivo. El miedo, afecto vertebrador de la condición humana, ahora se asocia con las condiciones epocales: contagio y muerte. En este contexto: ¿cómo movilizar y elaborar desde la escuela las narrativas de ausencia y duelo en los estudiantes, para que renazca la confianza y la alegría?
Las prácticas para abordar el dolor social son posibles si los otros asumen un sentido “humanizante”, reconociendo la centralidad de los afectos en la experiencia escolar, como proceso sociocultural que fabrica lazos significativos.
Desde esta perspectiva, no existen emociones positivas o negativas. Ante una herida emocional, la escuela está para acompañar el dolor, que incluye desde aspectos biológicos y psicológicos, hasta prácticas culturales, historia y memoria social.
Asimismo, este enfoque se contrapone con el control y manejo de las emociones, la inteligencia emocional, la clasificación de las emociones en positivas y negativas o su mercantilización.
La emoción no es algo inmutable ni transparente, “siempre queda inscrita en una relación (social)” (Le Breton), que afecta a los sujetos que la viven. No sólo las emociones son socioculturales, sino que están más asociadas al inconsciente que al yo y “conmueven a todo el mundo, a la sociedad en su conjunto” (Didi-Huberman). Reivindicamos una pedagogía de las emociones que derribe muros para albergar la esperanza.
Video: https://youtu.be/yKapJOWrtLg
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