21258579454 e0f5c5443e b 250x390En nuestro país hay organizaciones y colectivos que han desarrollado proyectos de arte para resignificar los espacios de la escuela. Uno de ellos es el proyecto cultural Casa Gallina; esta experiencia interdisciplinar en el barrio de Santa María la Ribera, Ciudad de México que funciona desde 2013, se concibe como “un laboratorio de experiencias grupales de resiliencia, regeneración ecológica y creatividad” (Casa Gallina, 2020).

En una alianza con la Escuela Secundaria No. 46 José Vasconcelos, han puesto en marcha un club de agricultura urbana como parte de las actividades de los viernes y han logrado que los estudiantes instalen un huerto escolar. Con esta actividad además de que se aprovecha la infraestructura del plantel, se vincula a los estudiantes con la naturaleza y con la belleza de la vida.

Un huerto puede reconfigurar la vida de la comunidad escolar, puede ser una actividad asociada con la biología, porque enfrenta a los estudiantes al conocimiento de los procesos de siembra, cultivo y cosecha, y también una actividad de arte, porque los conecta con una vida secreta, los expone a otros modos de ver y acercarse al mundo.

Cuanto más tiempo trabajaba en el jardín, más respeto sentía hacia la tierra y su embriagadora belleza. Desde entonces tengo la profunda convicción de que la tierra es una creación divina. El jardín me transmitió esta convicción, es más, me hizo comprender algo que para mí se ha convertido en una certeza y ha asumido carácter de evidencia. Evidencia significa originalmente ver. He visto (Chul-Han, 2019, p. 12).

En una situación de distanciamiento social, la idea de fomentar una cierta ritualidad con la naturaleza nos puede salvar (Skliar, 2020); una ritualidad que no se limite a una determinada repetición, sino una recuperación de los gestos que remiten al cuidado de la vida y que aproximan a niños, niñas y jóvenes con la tierra y la naturaleza. Este encuentro vital los contacta con otros lenguajes, con lo bello, la pausa, el silencio, lo lento, lo humano. Se trata de una ritualidad que ofrece escenarios para celebrar la diferencia, la vida y la belleza.

Siguiendo esta idea piensa y haz una lista sobre qué rituales y gestos podrías incluir en tus encuentros cotidianos con tus estudiantes y con tus colegas de la escuela o plantel.

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